Cuando se piensa en sensacionalismo o en prensa amarilla, generalmente se asocia al periodismo que relata la crudeza de la realidad, que la exagera y la amplia ante los ojos del lector sin reparo alguno en la presentación de situaciones sangrientas, violentas o absurdas. Este tipo de periodismo, creado a finales del SXVIII por Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, no solamente fue producto de la ambición de los dueños de los medios de comunicación para obtener grandes ganancias, atrayendo la atención del público con el relato de increíbles sucesos, sino que también representa una ruptura con la prensa netamente informativa, “seria”, según Francisco Javier Acuña Arias en su texto Clinton, Diana ¿Dónde se metieron los periódicos serios? (Acuña, 1999)
Los seres humanos, con el fin de comprender lo ocurre a su alrededor, recurren a la figura del mito, valiéndose de la fantasía y privilegiando la experiencia de los sentidos. “La realidad es demasiado enmarañada como para absorberla tal como viene, sin mediación mitológica” (Ibíd,1999) afirma Acuña. El periodismo informativo se acerca a la realidad de forma objetiva, como lo afirma el autor, así su utilización no corresponda completamente a este ejercicio, pues en todo relato se encuentra la subjetividad de su autor. El sensacionalismo por su parte, acercándose a los hechos que generan gran impacto en el público, apelan a su sensibilidad, a sus emociones, a su identidad, obteniendo un mayor prestigio frente al primero y por tanto fomentando su detrimento; pues ante tal éxito, la prensa “seria” ha ido desviando su curso en busca de mejores condiciones económicas y competitivas. Esta cierta similitud con la mitología lleva que el amarillismo se consolide con fuerza en la sociedad ante la frialdad de la noticia, desviando su mirada hacia los hechos que tienen la capacidad de sorprender y conmover, dejando en un segundo plano la veracidad de los hechos y su análisis, transformando al ejercicio periodístico en uno superficial.
Este detrimento de la labor de la prensa informativa lleva a que se pierda su credibilidad, pues mientras el sensacionalismo va imponiéndose en los medios, con fines de lucro, a través del mal manejo de los hechos, exagerándolos o creando grandes historias sin que estas hubieran sido comprobadas, fomenta que el público no se enfrente con lo que realmente está ocurriendo y lo obliga, en cambio, a responder a los intereses y a las posiciones específicas que sus dueños buscan transmitir. "La prensa, vestida siempre con los rojos de la objetividad y de la dignidad, resulta cada vez más instrumento de manipulación informativa, de comunicación sesgada y, en fin, de presión económica, política e ideológica” (Chomsky, citado en Ibíd.1999). De esta forma, el público está siendo manipulando por la prensa, que se vale de estrategias éticamente inaceptables para atraer adeptos y vender más. Hearst, en este sentido, debe su éxito frente a Pulitzer, a que fue más radical en su forma de relatar la noticia, contándola sin escrúpulos, fomentando el morbo, usando declaraciones fuera de contexto o que jamás fueron dichas o engrandeciendo historias, como hizo con el caso de Evangelina Cisneros, considerando a la mujer como una heroína que luchaba por la libertad de los cubanos, difundiendo a su vez un sentimiento de rechazo frente a la hegemonía española por parte de los norteamericanos. Su periódico The New York Journal se transformó entonces en un instrumento de manipulación de la población, donde a partir de información no comprobada o incluso inventada, patrocinó la guerra Hispanoamericana, porque representaría, de la misma forma, un acontecimiento que alimentaría las expectativas de los lectores y que los mantendría atentos al medio por más tiempo y por tanto le generarían más ganancias.
De esta forma es como el sensacionalismo, a pesar de que se ajusta a la narrativa que le permite al hombre acercarse a su realidad, maneja a la información de forma éticamente incorrecta, pues no cumple con la veracidad ni con la profundidad necesaria para que el público tenga realmente conocimiento de aquello que lo rodea, jugando con sus expectativas, emociones y sentimientos y encaminándolos a los intereses políticos y económicos de los dueños de los medios, llevando a un detrimento de la prensa informativa, “seria”, cuyo fin era, como su nombre lo indicaba, informar. “La función fundamental de la prensa es informar, pero no entretener. Para eso hay otros medios. No cabe duda que el amarillismo forma parte de la historia de la prensa desde que ésta existe, y seguirá siendo así en tanto en cuanto la condición humana no cambie. Hay que evitar es que no se alcancen cotas de superficialidad preocupantes, porque en ese caso la labor periodística quedaría en entredicho” (Ibíd, 1999).